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Emosido Engañado: ni la macedonia viene de Macedonia ni la napolitana de Nápoles

El engaño más sabroso

Randy Meeks

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Por si no te habías dado cuenta al poder freír un huevo frito en la acera, ha llegado el verano de golpe y sin avisar. Y con él, tradiciones tan bellas como las de dormir sin sábanas, hacer maratones de series mientras tratamos de sobrevivir a las temperaturas extremas y, claro, abandonar el potaje y dar la bienvenida al plato estrella de todo verano que se precie: la macedonia. Un plato sencillo (aunque requiere su técnica, eh, no os creáis) que todos hemos dado por hecho que viene del mismo país. Pero, oh, sorpresa. Hay truco.

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Macedonia no sabe a nada

Ojo al tema, porque tiene guasa: la mezcla de frutas que en otros países se llama “tutti frutti”, “tizana” o un sosísimo “ensalada de frutas” viene del siglo IV antes de Cristo, cuando Alejandro Magno consolidó un imperio Macedónico plagado de pequeños países, culturas e idiomas que de alguna manera funcionaron como mezcolanza. Algo así como una reunión de vecinos condenados a entenderse.

No es que por aquel entonces el rey se entretuviera mezclando frutas: la invención del plato viene del siglo XVIII, cuando en Francia empezaron a llamar “Macedonia” a absolutamente cualquier mezcla, culinaria o no. Por entendernos: una clase de niños sería una macedonia y un potaje también. Al final, lo que pasó a la historia fue esta mezcla de frutas. Ahora bien, por favor: sin azúcar ni mantequilla. Ya, ya sé que estáis pensando “¿Quién le echa mantequilla a la macedonia?”. Pues quién va a ser: Francia.

No es el único alimento que no tiene nada que ver con su país de origen: es difícil que te encuentres napolitanas artesanas, probablemente el mejor desayuno de la historia de la bollería, en Nápoles. Allí pizza la que quieras, pero pain au chocolat no demasiado. Entonces, ¿qué? ¿A qué se debe el nombrecito de marras? Pues, aunque quizá sorprenda, era una manera de reírse de la reina en el siglo XVI.

En el año 1504, Isabel I de Castilla recibió el título de Reina de Nápoles, por lo que empezó a conocérsela así en términos populares: la forma y la gordura del postre hizo el resto. A ello hay que sumarle que en una copla del poema obsceno ‘Carajicomedia’ se habla de una tal “napolitana” en un tono, digamos, distendido: “La Napolitana fue ramera cortesana, muy nombrada persona y muy gruessa”. Ya sabéis: comerse una napolitana es ponerse del lado de la República. Arriba gordos de la tierra.

Para otro día, la “milanesa” de la que en Milán no saben nada, el “arroz a la cubana” que nadie come en La Habana y la “ensaladilla rusa” que Putin no ha probado en su vida. Si es que en tema de comida no cabe duda: hemos vivido engañados.

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Randy Meeks

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Editor specializing in pop culture who writes for websites, magazines, books, social networks, scripts, notebooks and napkins if there are no other places to write for you.

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